Ya todo era silencio y oscuridad. Estaba esperando como cada noche que la pareja de humanos se durmiera para subir a la cama. Mientras recordaba como la mujer la cogió del suelo entre dos coches aparcados. Ella maullaba desesperadamente; tenía hambre, miedo, frío y no sabia donde estaba su madre, hacia días que se había perdido. No se resistió al sentir el calor de la mano. El animal estaba muy enfermo, dijo el hombre. Tiene miedo y no ve, además de hambre, me ha dado pena, dijo ella. Recordaba mientras esperaba a que durmieran, aquellos primeros días en la casa.
La mujer le ponía un platito de agua y otro de leche todos los días. Estaba tan enferma y exhausta que sus maullidos eran una exhalación de aire con una especie de ¡gggg! Como sonido. El pelo lo tenía astroso, la conjuntivitis en los ojos tan inflamada que apenas se le veían, el aliento era maloliente y para la figura de una gata, tenia “pancita”. En fin, un cromo.
También recordaba cuando después de comer, el hombre se sentaba en el sillón y como (tan pequeña y débil) intentó trepar con sus garritas por el pantalón. El hombre la cogió con una mano y la puso en su regazo. Curiosamente, se sentía bien con ellos. Había camas e incluso un sitio que le había preparado la mujer, pero buscaba su compañía. A veces estornudaba y ponía perdido de mocos al que la tuviera encima. Posiblemente esa era su enfermedad principal.
Recordaba el paso de los meses y como ganaba fuerza. Aunque no del todo, los ojos habían mejorado y podía maullar, aunque con afonía. La mujer le ponía de lo que ellos comían, arroz, pescado, carne desmenuzada…
Parecía que ya se habían dormido. Saltó a los pies de la cama y sigilosamente se acurruco entre los pies de ambos. Con el frio que hacía, esa sensación placentera de calor y la compañía de esos seres amistosos, le hizo empezar a ronronear. Mientras le entraba un sueño dulce, siguió recordando los días en que sintió un cambio dentro de si. Era un impulso que le hacía ir a la puerta a maullar. Recordaba como la mujer un día con su sonrisa bondadosa, la acarició y abrió la puerta.
El hombre hablaba con uno de sus hijos de cosas del pasado de la familia, anécdotas y así.
-No, nunca volvió, ya estaba bien, sana y fuerte, y la mujer le abrió la puerta….
¡Qué cosas! ¿Sabe que a pesar de haber pasado tantos años, a veces, cuando hace frio, sobre todo, aún siento como si subiera a la cama?
Un cuento de «fantasmas» gatunos.
Jesús Antón